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jueves, 20 de junio de 2013

EL HOMBRE FUERTE DE LA CASA

“Manténganse alerta; permanezcan firmes en la fe; sean valientes y fuertes." 
1 Co.16:13
“Cuando un hombre fuerte y bien armado cuida su hacienda, sus bienes están seguros." Lc. 11:21

Hoy le ofrezco a mi padre un homenaje póstumo con este título: El hombre fuerte. Recordando las situaciones que más me causaban temor en la vida, puedo recordar a mi padre saliendo al frente para enfrentar los más grandes peligros. Recuerdo claramente una ocasión cuando al regresar del campo a la casa, una copiosa tormenta nos dificultaba el camino a mi padre, mi hermano mayor y yo. Pero que el cielo se cayera no era nada comparado con la escena al ver el río desbordado que cortaba nuestro largo camino a casa. Grandes piedras, basura, árboles completos, todo era arrastrado por la fuerza descomunal del río. Mis hermanos y yo quedamos paralizados. ¿Nos quedaríamos a la rivera esperando toda la noche hasta que alguien viniera en nuestra ayuda? ¿Moriríamos ahogados tratando de atravesar a nado ese ancho y turbulento río? Pero, ahí estaba el hombre fuerte, con machete en mano comenzó a abrir una brecha por la ladera de la montaña hasta atravesarla y llevarnos a una carretera que nos condujo a un puente por donde pudimos atravesar en seco. ¡Qué tranquilidad sentíamos al caminar al lado de aquel hombre fuerte!

En otra ocasión, la muerte visitó nuestra casa. Dos perros infectados con rabia llegaron a nuestro patio ladrando y atacando a quien encontraran en su camino. La gente estaba informada que la rabia en los humanos era fatal; en la mayoría de los casos la gente contagiada moría. La manera simple en que una persona se contagiaba era por la mordedura de un perro rabioso. Las víctimas más débiles eran los niños. En nuestra casa estábamos tres niños. El pánico cundió en la familia ante aquel cuadro de violencia y feroces gruñidos. Corrimos a escondernos. Pero ahí estaba el hombre fuerte, saltando con su machete hacia el patio, donde se mordían ferozmente entre sí los perros. Se oyeron fuertes alaridos y estertores de muerte. Y luego, silencio. Mi padre entraba tranquilo, triunfante, para brindar tranquilidad a su asustada familia. “Se acabó”—dijo. ¡Cuánta alegría era descansar en los brazos de aquel hombre fuerte!

Mencionaré un caso más de tantos donde pude ver actuando a aquel hombre fuerte. Como muchos niños de mi época enfrenté al sarampión. Esta era una enfermedad infecciosa muy molesta y prácticamente sin remedio. El cuerpo se cubre de sarpullido y entra en un estado de constante fiebre y debilidad. El único remedio era el aislamiento por cuarenta días. Yo me sentía morir. Eran días, y días, tirado en la cama sin poderme cubrir a causa de las manchas rojas que supuraban en todo mi cuerpo. ¿Cómo me sostuvo durante esos días el hombre fuerte? Todos los días que estaba en casa entraba a mi cuarto, se sentaba a mi lado, abría el libro de los salmos, me leía pasajes que confortaban mi corazón, luego ponía su mano en mi cabeza y oraba por mí. Al final, tomaba una toalla y me refrescaba el cuerpo agitándola frente a mí. Mi temor y soledad se disipaban cuando veía su rostro confiado y optimista. Era el hombre fuerte, fuerte en su fe, fuerte en su carácter, fuerte en su confianza en Dios, fuerte al protegernos, fuerte al amar a nuestra madre, fuerte al tomarse de la mano de Dios.

Creo que todos los hogares necesitan un hombre, o una mujer, fuerte. Fuerte en Dios. Nuestros hijos ven en nosotros un reflejo de la fuerza de Dios. Si nosotros manifestamos un carácter débil, nuestros hijos se reirán de nosotros; si nosotros tenemos una fe débil, formaremos hijos inseguros; si nosotros no tenemos una fuerte confianza en Dios, el miedo dominará el corazón de nuestros hijos. Sé el héroe real de tus hijos. Sé fuerte en Cristo.

“Sean fuertes y valientes. No teman ni se asusten ante esas naciones, pues el Señor su Dios siempre los acompañará; nunca los dejará ni los abandonará.” Dt. 31:6


Pastor Moisés Brito V.

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