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martes, 26 de junio de 2012

EDUCACIÓN CRISTIANA EN EL HOGAR


EDUCACIÓN CRISTIANA EN EL HOGAR
Salmo 78: 1 – 8
Pbro. Moisés Brito Valeras


INSTRUYENDO PARA ESPERANZA. V. 1
“Escucha, pueblo mío, mi Ley; inclinad vuestro oído a las palabras de mi boca” v.1.
“A fin de que pongan en Dios su confianza y no se olviden de las obras de Dios; que guarden sus mandamientos” v.7.

   Recientemente la Compañía “J. García López”, emitió un spot publicitario con una leyenda que impactó a los televidentes: “Lo que quiero hacer antes de morir”. Y claro, por ser una empresa de servicios funerales, recomienda los arreglos que de ninguna manera podremos hacer después de morir.
   El salmista habla con urgencia de algo que sólo puede hacer, y urge hacer, antes de morir: Instruir al pueblo respecto a las verdades eternas que garanticen a nuestros hijos una vida con esperanza.
   Es un “Masquil”, es decir un salmo para “hacer sabio”. Es un canto compuesto por Asaf, músico principal del rey David, lo cual nos indica que los hombres de David reconocían la debilidad del pueblo, la fidelidad de Dios, y la necesidad de la educación en la gracia.
NUTRIENDO CON LOS MISTERIOS. V. 2
“Abriré mi boca en proverbios; hablaré cosas escondidas desde tiempos antiguos” v. 2.

   El círculo vicioso del libro de los Jueces continúa hasta el día de hoy. Dios redime a su pueblo, viven un período de paz y prosperidad, luego llega una generación que se olvida de Dios, Dios trae disciplina y desolación a su pueblo, entonces el pueblo clama a Dios.
   El ciclo se rompe cuando una generación cumple con el mandato de educar a sus hijos en los misterios de Dios.
   La historia de Israel es una parábola con dos acertijos:
1. Con tantas demostraciones del poder de Dios ¿Cómo pudo Israel
caer en desobediencia una y otra vez?
2. Con tan necia y obstinada incredulidad de Israel ¿Cómo siguió
    Dios siendo tan paciente y persistente en sus planes?
   El largo salmo se resume en dos doctrinas fundamentales que le dan sentido a la vida terrenal: la incapacidad humana para agradar a Dios y el amor fiel e incondicional del Redentor.

 SIGUIENDO LA BUENA TRADICIÓN. V. 3

“Las cuales hemos oído y entendido, las que nuestros padres nos contaron” v. 3.

   Según la Biblia, la verdadera educación procede de los padres, no de la sociedad ni de la academia. Nunca podrá la escuela pública suplir el papel de los padres en la formación moral y espiritual de los hijos. Dios no le pedirá cuentas de las vidas de nuestros hijos a los maestros que les enseñan ciencias, nosotros daremos cuentas de ellos.
   Los políticos están en lo correcto al diagnosticar que el problema de la delincuencia está en la educación. Pero están en un fatal error cuando piensan que la educación es suficiente sin incluir a Dios y su revelación. Y los padres cristianos son culpables de la apostasía de sus hijos cuando no tienen como prioridad la educación bíblica y espiritual de sus hijos. La iglesia apoya, pero no sustituye a los padres.
   Hay tradiciones no bíblicas que pueden ser echadas a la basura, pero la educación cristiana es una de las tradiciones indispensables para preservar la fe y la vida cristiana en el mundo.
TRANSMITIENDO EL CONOCIMIENTO. V. 4
No las encubriremos a sus hijos, contaremos a la generación venidera las alabanzas de Jehová, su potencia y las maravillas que hizo” v. 4.

   La mejor herencia para nuestros hijos no es la carrera, no es un bien inmueble, no es una plaza en alguna dependencia de gobierno, no es un buen “puestito” en algún centro comercial. Es el conocimiento real de Dios y su Palabra.
   La neutralidad es una ofensa a Dios. Dios ha establecido que usted sea el medio para transmitir la fe  a través de sus palabras, su ejemplo y su fidelidad. Ocultar este conocimiento, total o parcialmente, solo asegura la ruina de la siguiente generación.
   Asegúrese de que al enseñar la fe en sus hijos llene los tres aspectos de la educación cristiana: mente, afectos y voluntad. Los hijos tienen que conocer las maravillas de Dios, sentir el deseo de alabarlo y obedecerle confiando en su poder. Conocimiento para su mente, amor para su corazón y la ley para su conducta.
   Jesús dijo: “Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado”  Jn. 17:3.
REVELACIÓN PARA COMPARTIR. V. 5
“Él estableció testimonio en Jacob y puso ley en Israel, la cual mandó a nuestros padres que la notificaran a sus hijos” v. 5.

   Esta es la razón por la cual Asaf no quiso morir sin dejar un mensaje urgente para Israel. Dos generaciones, la de David y Salomón, disfrutaron de las bendiciones de un pueblo fiel al Señor. Dios estableció un testimonio en su infiel pueblo, y puso una ley en su bienaventurada nación.
   Si el pueblo se queda ignorante no es por Él. Dios se ha revelado por medio de su ley y su palabra escrita y ha entregado la tarea de exponer su revelación en manos de los padres. Su Palabra es el componente para comprender el significado de la vida. Nos ayuda a librarnos de la locura de confundir lo bueno con lo malo y nos salva de nuestras necedades.
   La ley nos recuerda que Dios es santo, que nosotros somos obstinados pecadores, que es por su gracia que somos salvos y no por obras, y que su Pacto lo ha celebrado con nosotros y nuestros hijos. En su Pacto Él nos ha prometido que será nuestro Dios, y que sus promesas nunca serán ancladas en nuestras buenas obras, sino en su eterna misericordia.
   Su preciosa ley la entregó con la orden expresa de enseñarla a nuestros hijos con toda diligencia.
UNIENDO A LAS GENERACIONES. V. 6
“Para que lo sepa la generación venidera, los hijos que nazcan; y los que se levanten lo cuenten a sus hijos” v. 6.

   “Una cadena es tan fuerte como su eslabón más débil.” La fidelidad de nuestros nietos dependerá de la fidelidad de nuestros hijos. La frase favorita del Dios del Pacto es: “Tú, tus hijos, y los hijos de tus hijos”. La inversión que hagamos en la próxima generación deberá ser tan fuerte, que alcance a afectar positivamente a la siguiente.
   Luchamos contra muchos enemigos que reclaman el corazón y la lealtad de nuestros hijos. No hay tiempo para desperdiciarlo malcriando a nuestros niños. La educación es algo serio para padres, abuelos, tíos, maestros cristianos y tutores.
   La iglesia está para fortalecer la enseñanza, para confirmar lo que usted les ha enseñado y para ayudar a los niños cuyos padres hayan sido negligentes en la enseñanza de la Palabra (Hebreos 3:12-14). Para maestros y padres es una terrible responsabilidad la educación de nuestros pequeños (Mt. 18:5,6). De nuestra eficacia depende la fidelidad de las siguientes generaciones.
YUGO FÁCIL. V. 7
“A fin de que pongan en Dios su confianza y no se olviden de las obras de Dios; que guarden sus mandamientos” v.7.
“Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas”. Mt. 11:29.

   Sin los lentes de la fe la vida nos puede parecer deprimente. ¿Qué esperanza pueden darnos el gobierno, la universidad, la democracia, los partidos políticos o la economía mundial? La desilusión embarga a quien ha quebrado en su negocio, ha sufrido abuso en su casa, ha padecido una cruel injusticia del sistema, o tiene un matrimonio destrozado.
   Dios redirige nuestros ojos hacia sí mismo. El conocimiento de su poder es para darnos FE. El conocimiento de sus hazañas maravillosas es para despertar en nosotros el AMOR a Él. Y el conocimiento de las alabanzas que su pueblo le ha tributado por su constante gracia es para fortalecer nuestra ESPERANZA en Él.
   Jesucristo, hombre, vivió en circunstancias similares a las nuestras, y su ejemplo nos provee de las fuerzas y la inspiración para superar los males y agradar a Dios. La esperanza en Dios nunca desilusiona.
ENSEÑANDO LA OBEDIENCIA. V. 8
“Y no sean como sus padres, generación terca y rebelde; generación que no dispuso su corazón, ni cuyo espíritu fue fiel para con Dios”. v. 8.

   ¿Será cierto que “nadie experimenta en cabeza ajena”?
   El propósito del salmo es que nunca más el pueblo de Dios vague por el desierto. El deseo del corazón de Dios es que ninguna generación más se pierda, como la que pereció en el desierto.
   Hasta el día de nuestra entrada a la Jerusalén celestial, el pueblo de Dios siempre será un pueblo de esperanza. Los patriarcas esperaban; los jueces esperaban; los reyes de Israel esperaban; los profetas del exilio y después del exilio, esperaban. Nosotros, también esperamos, pero… ¿está nuestro corazón preparado para lo que esperamos? ¿Vivimos como un pueblo de esperanza? ¿Hemos formado a nuestros hijos como una generación que espera?
   El signo de que estamos esperando el reino pleno de Dios es una vida de obediencia, de nosotros y de nuestros hijos. Que se conduzcan de acuerdo a lo que saben de Dios y sienten por Dios.
“Y todo aquel que tiene esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” 1 Juan 3 .3.