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martes, 19 de marzo de 2013

LA GUERRA SANTA EN LA BIBLIA




Deuteronomio 7: 1 – 6  
El Señor tu Dios te hará entrar en la tierra que vas a poseer, y expulsará de tu presencia a siete naciones más grandes y fuertes que tú, que son los hititas, los gergeseos, los amorreos, los cananeos, los ferezeos, los heveos y los jebuseos. 2Cuando el Señor tu Dios te las haya entregado y tú las hayas derrotado, deberás destruirlas por completo. No harás ningún pacto con ellas, ni les tendrás compasión. Tampoco te unirás en matrimonio con ninguna de esas naciones; no darás tus hijas a sus hijos ni tomarás sus hijas para tus hijos, porque ellas los apartarán del Señor y los harán servir a otros dioses. Entonces la ira del Señor se encenderá contra ti y te destruirá de inmediato.
»Esto es lo que harás con esas naciones: Destruirás sus altares, romperás sus piedras sagradas, derribarás sus imágenes de la diosa Aserá y les prenderás fuego a sus ídolos. Porque para el Señor tu Dios tú eres un pueblo santo; él te eligió para que fueras su posesión exclusiva entre todos los pueblos de la tierra.


1.   LA TESIS DEL MUNDO.
En la guerra santa del Antiguo Testamento, Dios al enviar a Israel a exterminar a un pueblo, mata gente inocente.

2.   LA REVELACIÓN DE DIOS.
En la guerra santa del Antiguo Testamento,  y los castigos mortales del Nuevo Testamento Dios revela su justicia aplicando el merecido castigo al pecado.

3.   LA EVIDENCIA DE LA BIBLIA.

      a)  El día que perdimos la inocencia.
 “Pero, en cuanto al fruto del árbol que está en medio del jardín, Dios nos ha dicho: ´No coman de ese árbol, ni lo toquen; de lo contrario, morirán” Gn. 3:3.
Dios advirtió a Adán que el día que comiera del árbol de la ciencia del bien y del mal, ese día moriría. Con la mordida de aquel fruto, Adán, y toda su descendencia, si no fuera por la misericordia de Dios, debía haber muerto instantáneamente. Allí, la humanidad, representada en Adán, perdió su inocencia.

      b)  La maldad contaminó a todo ser humano.
Al ver el Señor que la maldad del ser humano en la tierra era muy grande, y que todos sus pensamientos tendían siempre hacia el mal. Gn. 6:5.
La maldad que nació en el corazón de Adán se extendió a toda su raza. Cada ser humano descendiente de Adán quedó invadido por el pecado: su mente, sus afectos y su voluntad. Sólo la gracia y la justicia de Dios frenan significativamente ese mal. El diluvio universal no mató a gente inocente, era gente culpable.

     c)   No por ser santo fue escogido Israel.
Tampoco te unirás en matrimonio con ninguna de esas naciones; no darás tus hijas a sus hijos ni tomarás sus hijas para tus hijos, porque ellas los apartarán del SEÑOR y los harán servir a otros dioses. Entonces la ira del SEÑOR se encenderá sobre ti y te destruirá de inmediato” 

Dt. 7:3-4.
Israel fue escogido para ser santo, pero no por ser santo. Su concupiscencia le haría caer bajo la ira de Dios en caso de relacionarse con los cananeos paganos. Dios quería preservarlo para tener una nación donde se conservara el mensaje de salvación, un escenario donde naciera y creciera el Mesías.

     d) No por su justicia fue salvo Israel.
“Cuando el SEÑOR tu Dios los haya arrojado lejos de ti, no vayas a pensar: ´El SEÑOR me ha traído hasta aquí por mi propia justicia, para tomar posesión de esta tierra.´ ¡No! El SEÑOR expulsará a esas naciones por la maldad que las caracteriza” Dt. 9:4.
En los versículos 4 al 6, tres veces le dice Moisés a Israel que recuerde que no es por su justicia que Dios los introduce a la tierra prometida. Es sólo por la misericordia de Dios. Esta es la gran confusión que entorpece al hombre de todos los tiempos: creer que puede ser salvo por la justicia propia al obedecer la ley de Dios.

     e) La ira más violenta se revela en el calvario.
“El amor y la verdad se encontrarán; se besarán la paz y la justicia” Sal. 85:10.
Si tenemos la impresión de que el Dios del Antiguo Testamento no es el mismo que se revela en el Nuevo Testamento, debemos tener en cuenta que el acto más cruel de la ira de Dios se encuentra en el N. T., en Getsemaní, el Gábata y el Gólgota. Ese es el acto de venganza más brutal y aterrador. Sólo es comprensible cuando consideramos el hecho de que Cristo voluntariamente dio su vida.

4.   LA ACTITUD DEL PUEBLO DE DIOS.

     a) Las tragedias fatales nos recuerdan la justicia de Dios.
“¿O piensan que aquellos dieciocho que fueron aplastados por la torre de Siloé eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén? ¡Les digo que no! De la misma manera, todos ustedes perecerán, a menos que se arrepientan” Lc. 13:4,5.
Las muertes trágicas nos incitan a juzgar a las víctimas como peores personas que nosotros. Pero el Espíritu Santo nos guía a tomar lecciones espirituales para vivir con mayor cuidado. En vez de preguntarnos ¿por qué les habrá caído la torre a aquellos dieciocho hombres?, deberíamos preguntar ¿por qué la torre no me cayó a mí?

     b) Debemos adorar a Dios con alegría y temor.
“Sirvan al SEÑOR con temor; con temblor ríndanle alabanza” Sal. 2:11.
La gracia de Dios con la cual nos trata continuamente debe llenarnos de alegría, pero la justicia de Dios debe despertar en nosotros una actitud de reverencia y temor. Dios, de manera libre dispensa a los hombres su gracia y misericordia, pero cuando los hombres sobrepasan los límites de su paciencia, aplicará su justicia.
Imitar a Cristo en su relación con el Padre nos llevará a ser más santos.

Pbro. Moisés Brito Valeras

lunes, 11 de marzo de 2013

HE PELEADO LA BUENA BATALLA

Nelson Cardona Carvajal

2 Timoteo 4: 5 – 8

Tú, por el contrario, sé prudente en todas las circunstancias, soporta los sufrimientos, dedícate a la evangelización; cumple con los deberes de tu ministerio. Yo, por mi parte, ya estoy a punto de ser ofrecido como un sacrificio, y el tiempo de mi partida ha llegado. He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, me he mantenido en la fe. Por lo demás me espera la corona de justicia que el Señor, el juez justo, me otorgará en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que con amor hayan esperado su venida.

"Somos un ejemplo para el mundo entero y damos testimonio de que los sueños pueden hacerse realidad, que no importan las diferencias cuando se construye en torno a lo que nos une, por eso los ojos del mundo están sobre nosotros, porque no son las caídas lo que hace fracasar a un hombre, sino la incapacidad para levantarse y continuar." Estas palabras fueron escritas por Nelson Cardona Carvajal, cuando en mayo de 2010 el primer discapacitado, sin una pierna y sin oxígeno suplementario, conquistara el Everest, ese era él. 
    Pablo escribe desde la cima de la montaña. Desde ahí mira a Timoteo, que lo sigue, evalúa su pasado, su presente y su futuro. Su óptica nos sirve como catalejo para ubicarnos en nuestra propia cima y evaluar nuestra vida. Seguiremos el sugestivo acróstico F. I. E. L.

1.  F órjate con fe como ministro. V.5
   En toda la carta a Timoteo el apóstol hace un contraste entre Timoteo y la voluble multitud. La multitud está perdida y Timoteo es un guerrero de Cristo. Por otro lado, Timoteo está en la batalla y Pablo ya la ha terminado. El veterano apóstol está a punto de abandonar el campo de batalla y anima al novato ministro a llenarse de coraje para ocupar su lugar.
   Como ministro, Timoteo ha sido un fiel testigo del ministerio de Pablo; ha seguido su ejemplo, su doctrina y sus sufrimientos (3:10,11). Pablo lo anima a forjarse un carácter sobrio, firme, estable, activo y responsable. Sin ambiciones materialistas y sin desvíos de la verdad.
   Forjar significa dar forma al metal caliente por medio de golpes. Como se forjaban las armas y las herramientas de trabajo en la antigüedad. Un ministerio se forja en medio del fuego, del sufrimiento y la persecución.
2.  I nterpreta con fe tu presente. V.6
   Necesitamos los ojos de la fe para interpretar correctamente nuestro presente. Pablo estaba en la cárcel, injustamente detenido, sufriendo por hacer lo bueno, y posiblemente moriría condenado por el gobierno romano. Pero él aparta sus ojos de la superficie de las cosas, y centra su mirada en las realidades espirituales.
   Explica su situación en términos de una ceremonia de adoración a Dios. El adorador, después de entregar su ofrenda en el altar, cerraba con broche de oro derramando cuatro litros de vino sobre la ofrenda. La vida del apóstol se derramaba en adoración a Dios.
   La última gota de su vida representaba el movimiento de un barco que leva anclas al zarpar a un nuevo destino. Pablo no moría, estaba por partir a la ciudad celestial, a la presencia de Cristo, su Señor.
   La gente puede interpretar su situación en términos mundanos, pero usted que conoce las realidades espirituales, y sabe lo que Dios ha hecho, está haciendo y hará por usted, y lo que usted hace para Él. 

3.  E valúa con fe tu pasado. V.7
   Cualquier que sea tu pasado, debes verlo desde la perspectiva de Dios. El mundo que envolvía al apóstol podía juzgarlo como necio, loco o tonto. “Vean lo que hizo y cómo terminó”. Pero para los que conocen la realidad de Dios, de la vida eterna, del  maligno y el infierno, sabemos que la vida no se reduce a cosas temporales y materiales.
   La vida es una carrera cuya meta es Cristo; es una batalla cuya victoria consiste en derrotar a Satanás; es una mayordomía que tiene como tarea guardar el tesoro que Dios nos ha confiado. Entre esos tesoros está la fe.
   Cualquiera que lea la vida del apóstol, se dará cuenta que no se está jactando de sus logros, sino de la gracia de Dios con él. Su énfasis no está en él, sino en la carrera a la que fue llamado, en la batalla en la que fue involucrado y en la fe que recibió como un don.
   Nuestra frustración viene al buscar la eternidad en lo temporal, la vida del cielo en la tierra, la inmortalidad de lo vanal.
   Los cristianos nacimos de nuevo para pelear, para correr y para cuidar. Preparándonos para la recompensa final.
4.  L evanta tus ojos con esperanza. V.8
   Cuando estamos en la cumbre podemos tener una vista panorámica del camino que recorrimos y del destino que nos espera. Juan Bunyan describe al cristiano en su accidentado peregrinaje hacia la ciudad celestial motivado al tener una visión de la Nueva Jerusalén.
   Pablo no está deprimido preguntándose dónde lo van a sepultar y quienes lo van a llorar. Su corazón está lleno de satisfacción, confianza y esperanza de lo mejor.
   Dios, con su poder y fidelidad, le ha reservado con seguridad la corona de vencedor. Corona que con derecho le pertenece por la gracia de Dios y por su fe en Cristo. Dios le ha dado la gracia de resistir y perseverar hasta el final.
   La luz se aprecia mejor en medio de la más densa oscuridad. Pablo, al ver de frente la muerte, puede apreciar la gloria de la bendita esperanza cristiana.
   El futuro siempre tiene lo mejor para el creyente; el fragor de la batalla, el esfuerzo de la carrera, el fin de la administración, le tiene una recompensa por delante. Dios reserva esa recompensa para su siervo fiel.
Pbro. Moisés Brito Valeras

NADAB, ABIÚ Y LA PROFANACIÓN



Pbro. Moisés Brito Valeras
Levítico 10: 1 – 11

1Pero Nadab y Abiú, hijos de Aarón, tomaron cada uno su incensario y, poniendo en ellos fuego e incienso, ofrecieron ante el Señor un fuego que no tenían por qué ofrecer, pues él no se lo había mandado. Entonces salió de la presencia del Señor un fuego que los consumió, y murieron ante él. Moisés le dijo a Aarón: «De esto hablaba el Señor cuando dijo: “Entre los que se acercan a mí manifestaré mi santidad, y ante todo el pueblo manifestaré mi gloria.” Y Aarón guardó silencio.
Moisés mandó llamar a Misael y a Elzafán, hijos de Uziel, tío de Aarón, y les dijo: «Vengan acá y retiren del santuario a sus hermanos. ¡Sáquenlos del campamento!» Ellos se acercaron y, tomándolos por las túnicas, se los llevaron fuera del campamento, tal como Moisés lo había ordenado.

Ley sobre el duelo sacerdotal

Luego Moisés les dijo a Aarón y a sus hijos Eleazar e Itamar: «No anden ustedes con el pelo despeinado, ni se rasguen los vestidos. Así no morirán ustedes ni se irritará el Señor contra toda la comunidad. Sus hermanos israelitas harán duelo por el incendio que produjo el Señor, pero ustedes no vayan a salir de la Tienda de reunión, no sea que mueran, porque el aceite de la unción del Señor está sobre ustedes.» Y ellos hicieron lo que Moisés les dijo.

Ley sobre el culto y el licor

El Señor le dijo a Aarón: «Ni tú ni tus hijos deben beber vino ni licor cuando entren en la Tienda de reunión, pues de lo contrario morirán. Éste es un estatuto perpetuo para tus descendientes, 10 para que puedan distinguir entre lo santo y lo profano, y entre lo puro y lo impuro, 11 y puedan también enseñar a los israelitas todos los estatutos que el Señor les ha dado a conocer por medio de Moisés.»

1.  El Juicio. Lv. 10: 1 – 3

A primera vista nos deja sin aliento el caso de Nadab y Abiú. Nos parece una injusticia que dos novatos entren para adorar al tabernáculo y mientras experimentan en su ministerio sean fulminados instantáneamente.
   Aarón no era cualquier israelita. Era el constituyente del Sacerdocio en Israel. El padre de todos los sacerdotes que vendrían. Esperaríamos ciertas consideraciones para sus hijos. Aarón está entre los grandes (Sal. 99:6).
   Sus hijos no hicieron lo mismo que hicieron los hijos de Elí. No practicaron el robo, la idolatría, la inmoralidad o la hechicería. Solo ofrecieron un fuego que Dios no les pidió. No ofrecieron una doncella para el sacrificio. No metieron un ídolo al lugar santísimo.
   Actualmente han introducido elementos muy extraños a la liturgia. La risa santa, la borrachera santa, del salterio han pasado al salterío, tocar el manto sagrado, el teatro de vestirse todos de militares, el show de liberaciones demoniacas, etc.
   ¿Cómo debemos interpretar este hecho? Moisés dice que el juicio de Dios manifiesta su santidad y su gloria.

2.  La ley. Éx. 30:9,10 y 19:22

Los sacerdotes recién graduados estaban mejor capacitados para desarrollar su ministerio, porque su mente tenía fresca la enseñanza de la ley.
    Contaban con su manual y la asesoría de su padre. No estaban solos. Había instrucciones detalladas para la presentación de las diversas ofrendas que Dios requería.
    Nunca la adoración ha sido dejada al capricho, al gusto y la fantasía del hombre. La liturgia no es una antología de las aportaciones que los hombres hayan ideado para agradar a Dios. Dios ha dejado los elementos específicos que podrán usarse para adorarlo. Su ley es el Manual de Procedimientos para la adoración.
    Para dirigir, participar, y elaborar los ritos de adoración, tenemos que ser instruidos, entrenados,  supervisados, y advertidos, para no cometer errores que provoquen el desagrado de Dios.
    Nadab y Abiú habían sido llamados, apartados y capacitados para su ministerio. Vieron a su padre manejar los sacrificios y las ofrendas. Pero ellos decidieron jugar con el fuego, desafiar a Dios y profanaron la adoración a Dios.
    Dios tiene que recordarle a su pueblo que el altar del incienso es “MUY SANTO”. Dios había sido muy claro sobre el desafío a la santidad de Dios. A Moisés y a Aarón tenía que dolerles más la profanación que la vida de los muchachos. Tenían que guardar la reverencia ante este Dios de amor y justicia, de perdón y juicio.

3.  La lección. Ro. 3:19; Fil. 2:10,11; Gn. 18:25.

Todo pecado merece la muerte, pero Dios en su gracia extiende su misericordia para que los pecadores vivan. Él no quiere la muerte del impío, sino que proceda al arrepentimiento. Pero cuando sus hijos son obstinados, o rebeldes, puede ejecutar su juicio de manera inmediata.
   El pecado en cualquier creyente merece una disciplina, pero más en los que están al frente para dirigir la adoración, ¿por qué? Por qué el daño que causa su mal ejemplo es más grande que el daño que produce el creyente regular.
  En realidad la disciplina eclesiástica la deberíamos desear, no desechar, porque es la forma en que Dios nos protege para no desenfrenarnos y caer en el libertinaje y condenarnos.
   Aarón guardó silencio. Hay muchas cosas que podría haber dicho: preguntas, quejas, reclamos. Pero calló, silenciando su naturaleza pecaminosa. Así será en el juicio final, toda rodilla se doblará ante Cristo, el Juez. Las bocas se cerrarán.
   La Biblia nos invita a participar activamente en el culto congregacional, y para ello nos ha ungido con su Espíritu, nos ha equipado con los dones necesarios, nos ha instruido en su Palabra y ha puesto pastores y maestros que nos capaciten. Participe con gozo, libertad, espontaneidad, pero recuerde, debe estar seguro de hacerlo de acuerdo al estricto apego a la Palabra de Dios, porque Dios es Santo.