Deuteronomio 7: 1 – 6
El Señor
tu Dios te hará entrar en la tierra que vas a poseer, y expulsará de tu
presencia a siete naciones más grandes y fuertes que tú, que son los
hititas, los gergeseos, los amorreos, los cananeos, los ferezeos, los
heveos y los jebuseos. 2Cuando el Señor
tu Dios te las haya entregado y tú las hayas derrotado, deberás destruirlas por completo. No harás ningún pacto con ellas, ni les
tendrás compasión. 3 Tampoco
te unirás en matrimonio con ninguna de esas naciones; no darás tus
hijas a sus hijos ni tomarás sus hijas para tus hijos, 4 porque ellas los apartarán del Señor y los harán servir a otros dioses. Entonces la ira del Señor se encenderá contra ti y te destruirá de inmediato.
5 »Esto
es lo que harás con esas naciones: Destruirás sus altares, romperás sus piedras sagradas, derribarás sus imágenes de la diosa Aserá y les
prenderás fuego a sus ídolos. 6 Porque para el Señor tu Dios tú eres un pueblo santo; él te eligió para que fueras su posesión exclusiva entre todos los pueblos de la tierra.
En la guerra santa
del Antiguo Testamento, Dios al enviar a Israel a exterminar a un pueblo, mata
gente inocente.
2. LA REVELACIÓN DE DIOS.
En la guerra santa
del Antiguo Testamento, y los castigos
mortales del Nuevo Testamento Dios revela su justicia aplicando el merecido
castigo al pecado.
3. LA EVIDENCIA DE LA BIBLIA.
a) El día que perdimos la inocencia.
“Pero,
en cuanto al fruto del árbol que está en medio del jardín, Dios nos ha dicho:
´No coman de ese árbol, ni lo toquen; de lo contrario, morirán” Gn. 3:3.
Dios advirtió a Adán
que el día que comiera del árbol de la ciencia del bien y del mal, ese día
moriría. Con la mordida de aquel fruto, Adán, y toda su descendencia, si no
fuera por la misericordia de Dios, debía haber muerto instantáneamente. Allí,
la humanidad, representada en Adán, perdió su inocencia.
b) La maldad contaminó a todo ser humano.
“Al ver el Señor que la maldad del ser humano en la tierra era muy grande, y que todos sus pensamientos tendían siempre hacia el mal.” Gn. 6:5.
La maldad que nació
en el corazón de Adán se extendió a toda su raza. Cada ser humano descendiente
de Adán quedó invadido por el pecado: su mente, sus afectos y su voluntad. Sólo
la gracia y la justicia de Dios frenan significativamente ese mal. El diluvio
universal no mató a gente inocente, era gente culpable.
c) No por ser santo fue escogido Israel.
“Tampoco te unirás en matrimonio con ninguna
de esas naciones; no darás tus hijas a sus hijos ni tomarás sus hijas para tus
hijos, porque ellas los apartarán del SEÑOR y los harán servir a otros dioses.
Entonces la ira del SEÑOR se encenderá sobre ti y te destruirá de inmediato”
Dt. 7:3-4.
Israel fue escogido
para ser santo, pero no por ser santo. Su concupiscencia le haría caer bajo la
ira de Dios en caso de relacionarse con los cananeos paganos. Dios quería
preservarlo para tener una nación donde se conservara el mensaje de salvación,
un escenario donde naciera y creciera el Mesías.
d)
No por su justicia fue salvo Israel.
“Cuando el SEÑOR tu Dios los haya arrojado lejos de ti, no vayas a pensar:
´El SEÑOR me ha traído hasta aquí por mi propia justicia, para tomar posesión
de esta tierra.´ ¡No! El SEÑOR expulsará a esas naciones por la maldad que las
caracteriza” Dt. 9:4.
En
los versículos 4 al 6, tres veces le dice Moisés a Israel que recuerde que no
es por su justicia que Dios los introduce a la tierra prometida. Es sólo por la
misericordia de Dios. Esta es la gran confusión que entorpece al hombre de
todos los tiempos: creer que puede ser salvo por la justicia propia al obedecer
la ley de Dios.
e)
La ira más violenta se revela en el
calvario.
“El amor y la verdad se encontrarán; se besarán la paz y la justicia” Sal.
85:10.
Si
tenemos la impresión de que el Dios del Antiguo Testamento no es el mismo que
se revela en el Nuevo Testamento, debemos tener en cuenta que el acto más cruel
de la ira de Dios se encuentra en el N. T., en Getsemaní, el Gábata y el
Gólgota. Ese es el acto de venganza más brutal y aterrador. Sólo es
comprensible cuando consideramos el hecho de que Cristo voluntariamente dio su
vida.
4. LA
ACTITUD DEL PUEBLO DE DIOS.
a)
Las tragedias fatales nos recuerdan la
justicia de Dios.
“¿O piensan que aquellos dieciocho que fueron aplastados por la torre de
Siloé eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén? ¡Les digo
que no! De la misma manera, todos ustedes perecerán, a menos que se
arrepientan” Lc. 13:4,5.
Las
muertes trágicas nos incitan a juzgar a las víctimas como peores personas que
nosotros. Pero el Espíritu Santo nos guía a tomar lecciones espirituales para
vivir con mayor cuidado. En vez de preguntarnos ¿por qué les habrá caído la
torre a aquellos dieciocho hombres?, deberíamos preguntar ¿por qué la torre no
me cayó a mí?
b)
Debemos adorar a Dios con alegría y
temor.
“Sirvan al SEÑOR con temor; con temblor ríndanle alabanza” Sal. 2:11.
La
gracia de Dios con la cual nos trata continuamente debe llenarnos de alegría,
pero la justicia de Dios debe despertar en nosotros una actitud de reverencia y
temor. Dios, de manera libre dispensa a los hombres su gracia y misericordia,
pero cuando los hombres sobrepasan los límites de su paciencia, aplicará su
justicia.
Imitar a Cristo en su relación con el Padre nos llevará a
ser más santos.