Pbro. Moisés Brito Valeras
1 Samuel 17:
48 – 58
48 Aconteció que cuando el filisteo se levantó y echó a andar para ir al encuentro de David, David se dio prisa y corrió a la línea de batalla contra el filisteo. 49 Metió David su mano en la bolsa, tomó de allí una piedra, la tiró con la honda e hirió al filisteo en la frente. La piedra se le clavó en la frente y cayó a tierra sobre su rostro. 50 Así venció David al filisteo con honda y piedra. Hirió al filisteo y lo mató, sin tener David una espada en sus manos. 51 Entonces corrió David y se puso sobre el filisteo; tomó su espada, la sacó de la vaina, lo acabó de matar, y le cortó con ella la cabeza.
Cuando los filisteos vieron muerto a su paladín, huyeron. 52 Se levantaron luego los de Israel y los de Judá, dieron gritos de guerra y siguieron tras los filisteos hasta el valle y hasta las puertas de Ecrón. Muchos filisteos cayeron heridos por el camino de Saaraim hasta Gat y Ecrón.
53 Regresaron los hijos de Israel de perseguir a los filisteos, y saquearon su campamento. 54 Entonces David tomó la cabeza del filisteo y la trajo a Jerusalén, pero sus armas las puso en su tienda.
55 Cuando Saúl vio a David que salía a encontrarse con el filisteo, dijo a Abner, general del ejército:
—Abner, ¿de quién es hijo ese joven?
Abner respondió:
56 —¡Vive tu alma!, oh rey, que no lo sé.
Y el rey dijo:
—Pregunta de quién es hijo ese joven.
57 Cuando David volvió de matar al filisteo, Abner lo tomó y lo llevó ante Saúl. David llevaba en su mano la cabeza del filisteo. 58 Saúl le preguntó:
—Muchacho, ¿de quién eres hijo?
David respondió:
—Soy hijo de tu siervo Isaí de Belén.
Los grandes
problemas deben ser resueltos en el nombre y para la gloria de Jesús, siempre
con los ojos puestos en el reino de Dios y conscientes de ser sus embajadores.
1 1. ¿QUÉ PODER HABITABA EN
DAVID?: EL ESPÍRITU DE CRISTO.
«Pues el mismo David dijo por el Espíritu
Santo: “Dijo el Señor a mi Señor: ‘Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus
enemigos por estrado de tus pies.’”» Mc. 12:36
“Pero vosotros no vivís según la carne,
sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios está en vosotros. Y si
alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.”
Ro. 8:9
El Espíritu
de Cristo en nosotros ha puesto las fuerzas del reino de Dios a nuestro favor
para librar las batallas de nuestro Dios. Cuando no estamos conscientes de esa
herencia nos portamos cobardes, pusilánimes, superficiales e indolentes. David
es descrito aquí como un muchacho valiente, con iniciativa, comprometido con su
pueblo y con la honra de Dios. No es sólo que seamos reaccionarios, sino que
tengamos reacciones rápidas, pero bajo el control del Espíritu de Cristo que
vive en nosotros.
2 2. ¿QUÉ RAZÓN TENÍA DAVID PARA
LUCHAR?: LA LIBERTAD.
«Mañana a esta misma hora yo enviaré a ti
un hombre de la tierra de Benjamín, al cual ungirás como príncipe sobre mi
pueblo Israel, y él salvará a mi pueblo de manos de los filisteos; porque yo he
visto la aflicción de mi pueblo, y su clamor ha llegado hasta mí.» 1 Sa. 9:16
“Entonces Samuel le dijo: ‘Jehová ha
desgarrado hoy de ti el reino de Israel y lo ha dado a un prójimo tuyo mejor
que tú.’” 1 Sa. 15:28
¿Le movió a
David la oferta del rey? Puede haber sido un estímulo, pero no la causa de su
decisión, aunque más adelante veremos que la hija del rey no fue una bendición
para David, ni el hecho de pertenecer a la corte de Saúl. La razón que disparó
el resorte en la voluntad del joven fue la razón por la cual existía un rey y
un ejército: la libertad de Israel para servir a Dios. Tenemos que cuidar que
nuestras victorias no sean resultado de la pasión por la fama, el protagonismo,
el estrellato, la exhibición o la belicosidad. ¿Cómo sabemos de las
motivaciones de David? Lo notamos por sus canciones en los salmos y por el
concepto que Dios tenía de David: “un
hombre conforme a su corazón” (1 Sa. 13:14).
3 3. ¿QUÉ DON USÓ DAVID PARA
VENCER?: LA FE.
“Dios mío,
en ti confío; no sea yo avergonzado. ¡No se alegren de mí mis enemigos!” Sal.
25:2
Algo tuvo
que ver su habilidad para manejar la honda, su fuerza física desarrollada, su
experiencia con los depredadores, su conocimiento acerca de Dios, pero nada de
eso le dio la victoria. Jesús dijo: “separados de mí nada podéis hacer” (Jn.
15:5). David había proclamado: “Jehová no salva con espada ni con lanza, porque
de Jehová es la batalla” (v. 47). Todo misil da en el blanco por la voluntad de
Dios. Los dirigibles son guiados por Dios. Pueden preguntárselo a los
francotiradores.
El rey Acab
se disfrazó en la batalla para no ser descubierto por temor a la profecía de
Micaías; treinta y dos capitanes lo buscaron sin éxito. Pero un hombre disparó
su arco al azar, y la flecha dio en le blanco. Dios le quitó la vida al rey,
tal como lo había profetizado su siervo (1 R. 22:34). El único que quita o da
la vida es Dios.
4 4. ¿QUIÉNES ESTUVIERON CON
DAVID EN LA BATALLA?: SOLO DIOS.
“Porque David dice de él: Veía al Señor
siempre delante de mí; Porque está a mi diestra, no seré conmovido.” Hc. 2:25
Llegará el
momento en usted se encuentre totalmente solo, o sola. Cuando tenga que tomar
la decisión por usted mismo. Cuando nadie pueda decirle qué hacer. En esas
circunstancias estarán usted, su alma y Dios, nadie más. Mire a David en la
línea de batalla ¿alguien a última hora se animó y lo siguió? ¿Alguien se
compadeció de su vida y corrió a su lado, por lo menos para decir “no estás
solo, si algo te pasa, cuenta conmigo”? ¡Nop! Nadie. Ni el rey, ni el general
de guerra, ni el príncipe que recibió el queso de manos de David, ni ninguno de
sus hermanos, solo Dios. Pero eso es suficiente: “¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra
nosotros?” (Ro. 8:31).
5 5. ¿QUÉ PROVOCÓ EL PÁNICO DE
LOS FILISTEOS?: EL TEMOR DE DIOS.
“Nadie se sostendrá delante de vosotros;
miedo y temor de vosotros pondrá Jehová, vuestro Dios, sobre toda la tierra que
piséis, como él os ha dicho.” Dt. 11:25
Aparentemente
los filisteos ya habían ganado muchas batallas con su paladín al frente.
Estaban allí por si acaso, o para rematar al ejército contrario y saquear el
botín. Pero, posiblemente eso los había hecho confiados y desprevenidos para la
batalla. No obstante, tenemos que recordar las promesas de Dios. Dios promete
protegernos con los vientos, con plagas, con el fuego, con sus ángeles, con las
fuerzas celestes, con las fieras del campo, con enfermedades enviadas por Él, y
con miedo en los corazones de los enemigos. Dios dice:
“Ved ahora que yo, yo soy,
y no hay dioses conmigo;
yo hago morir y yo hago vivir,
yo hiero y yo sano,
y no hay quien pueda librarse de mis manos.” (Dt. 32:39)
y no hay dioses conmigo;
yo hago morir y yo hago vivir,
yo hiero y yo sano,
y no hay quien pueda librarse de mis manos.” (Dt. 32:39)
6 6. ¿QUÉ BENEFICIO TRAJERON A
DAVID SUS TROFEOS?: LA MOTIVACIÓN.
“Te será, pues, como una señal en la mano y
como un memorial delante de tus ojos, por cuanto Jehová nos sacó de Egipto con
mano fuerte.” Ex. 13:16
David se
lleva las armas del gigante vencido ¿para qué? Le recordarían lo que Dios puede
hacer cuando nos confiamos en sus manos. Después la espada sería llevada al
tabernáculo para que todo Israel recordara las hazañas de su Omnipotente
Redentor. Esa debería ser la razón de los trofeos, premios, reconocimientos,
insignias y medallas de honor. Darle la gloria al que nos usó como medio para
exaltar su poder. Y confiar en que en el futuro, lo volverá a hacer.
7 7. ¿DE QUÉ CASTA PROVENÍA
DAVID?: EL UNGIDO DE DIOS.
“Ahora conozco que Jehová salva a su ungido;
lo atenderá desde sus santos cielos con la potencia salvadora de su diestra.”
Sal. 20:6
“Vosotros tenéis la unción del Santo y
conocéis todas las cosas.” 1 Jn. 2:20
Como Saúl
había sido desechado de Dios, no reconocía que la victoria de David era un
milagro de Dios. Él buscaba una explicación más “realista”. Una explicación
práctica, “David -- pensaba él -- debe ser hijo de algún hombre notable, debe
provenir de algún linaje de valientes”. Cuando alguien destaca en algún campo
siempre queremos investigar sobre sus antepasados, sus familiares, inmediatos o
lejanos, o su pueblo de origen.
Cuentan que
un señor entraba por una ciudad que no conocía y preguntó a un lugareño:
“Disculpe, ¿ha nacido en este pueblo algún hombre grande?”. “No- contestó el
citadino- aquí solo nacen niños”.
La grandeza
de David no estaba en su linaje, sino en su relación con Dios, él era el
“ungido de Jehová”. Él era un hombre de fe. Un joven dispuesto a ser usado por
Dios para su gloria. Un guerrero que se dejó llenar del espíritu de Cristo.
CONCLUSIÓN. ¿Qué hará con ese gigante que se levanta
para venir a burlarse de usted y de la obra de Dios? ¿Qué resolución tomará
usted hoy?
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