Salmo 78: 1 – 8
Pbro. Moisés Brito Valeras
INSTRUYENDO PARA ESPERANZA. V. 1
“Escucha,
pueblo mío, mi Ley; inclinad vuestro oído a las palabras de mi boca” v.1.
“A
fin de que pongan en Dios su confianza y no se olviden de las obras de Dios; que
guarden sus mandamientos” v.7.
Recientemente la Compañía “J. García López”,
emitió un spot publicitario con una leyenda que impactó a los televidentes: “Lo
que quiero hacer antes de morir”. Y claro, por ser una empresa de servicios
funerales, recomienda los arreglos que de ninguna manera podremos hacer después
de morir.
El salmista habla con urgencia de algo que
sólo puede hacer, y urge hacer, antes de morir: Instruir al pueblo respecto a
las verdades eternas que garanticen a nuestros hijos una vida con esperanza.
Es un “Masquil”, es decir un salmo para
“hacer sabio”. Es un canto compuesto por Asaf, músico principal del rey David,
lo cual nos indica que los hombres de David reconocían la debilidad del pueblo,
la fidelidad de Dios, y la necesidad de la educación en la gracia.
NUTRIENDO CON LOS MISTERIOS. V. 2
“Abriré
mi boca en proverbios; hablaré cosas escondidas desde tiempos antiguos” v. 2.
El círculo vicioso del libro de los Jueces
continúa hasta el día de hoy. Dios redime a su pueblo, viven un período de paz
y prosperidad, luego llega una generación que se olvida de Dios, Dios trae
disciplina y desolación a su pueblo, entonces el pueblo clama a Dios.
El ciclo se rompe cuando una generación
cumple con el mandato de educar a sus hijos en los misterios de Dios.
La historia de Israel es una parábola con
dos acertijos:
1. Con tantas
demostraciones del poder de Dios ¿Cómo pudo Israel
caer en
desobediencia una y otra vez?
2. Con tan necia y
obstinada incredulidad de Israel ¿Cómo siguió
Dios siendo tan paciente y persistente en
sus planes?
El largo salmo se resume en dos doctrinas
fundamentales que le dan sentido a la vida terrenal: la incapacidad humana para
agradar a Dios y el amor fiel e incondicional del Redentor.
SIGUIENDO LA BUENA TRADICIÓN. V. 3
“Las
cuales hemos oído y entendido, las que nuestros padres nos contaron” v. 3.
Según la Biblia, la verdadera educación
procede de los padres, no de la sociedad ni de la academia. Nunca podrá la
escuela pública suplir el papel de los padres en la formación moral y
espiritual de los hijos. Dios no le pedirá cuentas de las vidas de nuestros
hijos a los maestros que les enseñan ciencias, nosotros daremos cuentas de
ellos.
Los políticos están en lo correcto al
diagnosticar que el problema de la delincuencia está en la educación. Pero
están en un fatal error cuando piensan que la educación es suficiente sin
incluir a Dios y su revelación. Y los padres cristianos son culpables de la
apostasía de sus hijos cuando no tienen como prioridad la educación bíblica y
espiritual de sus hijos. La iglesia apoya, pero no sustituye a los padres.
Hay tradiciones no bíblicas que pueden ser
echadas a la basura, pero la educación cristiana es una de las tradiciones
indispensables para preservar la fe y la vida cristiana en el mundo.
TRANSMITIENDO EL CONOCIMIENTO. V. 4
“No las encubriremos a sus hijos, contaremos a la generación venidera
las alabanzas de Jehová, su potencia y las maravillas que hizo” v. 4.
La mejor herencia para nuestros hijos no es
la carrera, no es un bien inmueble, no es una plaza en alguna dependencia de
gobierno, no es un buen “puestito” en algún centro comercial. Es el conocimiento
real de Dios y su Palabra.
La neutralidad es una ofensa a Dios. Dios ha
establecido que usted sea el medio para transmitir la fe a través de sus palabras, su ejemplo y su
fidelidad. Ocultar este conocimiento, total o parcialmente, solo asegura la
ruina de la siguiente generación.
Asegúrese de que al enseñar la fe en sus
hijos llene los tres aspectos de la educación cristiana: mente, afectos y
voluntad. Los hijos tienen que conocer las maravillas de Dios, sentir el deseo
de alabarlo y obedecerle confiando en su poder. Conocimiento para su mente,
amor para su corazón y la ley para su conducta.
Jesús dijo: “Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, el único Dios verdadero,
y a Jesucristo, a quien tú has enviado”
Jn. 17:3.
REVELACIÓN PARA
COMPARTIR. V. 5
“Él
estableció testimonio en Jacob y puso ley en Israel, la cual mandó a nuestros
padres que la notificaran a sus hijos” v. 5.
Esta es la razón por la cual Asaf no quiso
morir sin dejar un mensaje urgente para Israel. Dos generaciones, la de David y
Salomón, disfrutaron de las bendiciones de un pueblo fiel al Señor. Dios
estableció un testimonio en su infiel pueblo, y puso una ley en su
bienaventurada nación.
Si el pueblo se queda ignorante no es por
Él. Dios se ha revelado por medio de su ley y su palabra escrita y ha entregado
la tarea de exponer su revelación en manos de los padres. Su Palabra es el
componente para comprender el significado de la vida. Nos ayuda a librarnos de
la locura de confundir lo bueno con lo malo y nos salva de nuestras necedades.
La ley nos recuerda que Dios es santo, que
nosotros somos obstinados pecadores, que es por su gracia que somos salvos y no
por obras, y que su Pacto lo ha celebrado con nosotros y nuestros hijos. En su
Pacto Él nos ha prometido que será nuestro Dios, y que sus promesas nunca serán
ancladas en nuestras buenas obras, sino en su eterna misericordia.
Su preciosa ley la entregó con la orden
expresa de enseñarla a nuestros hijos con toda diligencia.
UNIENDO A LAS
GENERACIONES. V. 6
“Para
que lo sepa la generación venidera, los hijos que nazcan; y los que se levanten
lo cuenten a sus hijos” v. 6.
“Una cadena es tan fuerte como su eslabón
más débil.” La fidelidad de nuestros nietos dependerá de la fidelidad de
nuestros hijos. La frase favorita del Dios del Pacto es: “Tú, tus hijos, y los hijos de tus hijos”. La inversión que hagamos
en la próxima generación deberá ser tan fuerte, que alcance a afectar
positivamente a la siguiente.
Luchamos contra muchos enemigos que reclaman
el corazón y la lealtad de nuestros hijos. No hay tiempo para desperdiciarlo
malcriando a nuestros niños. La educación es algo serio para padres, abuelos,
tíos, maestros cristianos y tutores.
La iglesia está para fortalecer la
enseñanza, para confirmar lo que usted les ha enseñado y para ayudar a los
niños cuyos padres hayan sido negligentes en la enseñanza de la Palabra
(Hebreos 3:12-14). Para maestros y padres es una terrible responsabilidad la
educación de nuestros pequeños (Mt. 18:5,6). De nuestra eficacia depende la
fidelidad de las siguientes generaciones.
“A
fin de que pongan en Dios su confianza y no se olviden de las obras de Dios;
que guarden sus mandamientos” v.7.
“Llevad
mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y
hallaréis descanso para vuestras almas”. Mt. 11:29.
Sin los lentes de la
fe la vida nos puede parecer deprimente. ¿Qué esperanza pueden darnos el
gobierno, la universidad, la democracia, los partidos políticos o la economía
mundial? La desilusión embarga a quien ha quebrado en su negocio, ha sufrido
abuso en su casa, ha padecido una cruel injusticia del sistema, o tiene un
matrimonio destrozado.
Dios redirige nuestros ojos hacia sí mismo.
El conocimiento de su poder es para darnos FE. El conocimiento de sus hazañas
maravillosas es para despertar en nosotros el AMOR a Él. Y el conocimiento de
las alabanzas que su pueblo le ha tributado por su constante gracia es para
fortalecer nuestra ESPERANZA en Él.
Jesucristo, hombre, vivió en circunstancias
similares a las nuestras, y su ejemplo nos provee de las fuerzas y la
inspiración para superar los males y agradar a Dios. La esperanza en Dios nunca
desilusiona.
ENSEÑANDO LA OBEDIENCIA. V. 8
“Y
no sean como sus padres, generación terca y rebelde; generación que no dispuso
su corazón, ni cuyo espíritu fue fiel para con Dios”. v. 8.
¿Será cierto que “nadie experimenta en
cabeza ajena”?
El propósito del salmo es que nunca más el
pueblo de Dios vague por el desierto. El deseo del corazón de Dios es que
ninguna generación más se pierda, como la que pereció en el desierto.
Hasta el día de nuestra entrada a la
Jerusalén celestial, el pueblo de Dios siempre será un pueblo de esperanza. Los
patriarcas esperaban; los jueces esperaban; los reyes de Israel esperaban; los
profetas del exilio y después del exilio, esperaban. Nosotros, también
esperamos, pero… ¿está nuestro corazón preparado para lo que esperamos?
¿Vivimos como un pueblo de esperanza? ¿Hemos formado a nuestros hijos como una
generación que espera?
El signo de que estamos esperando el reino
pleno de Dios es una vida de obediencia, de nosotros y de nuestros hijos. Que
se conduzcan de acuerdo a lo que saben de Dios y sienten por Dios.
“Y
todo aquel que tiene esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es
puro” 1 Juan 3 .3.